Las que van quedando. Las que quedarán cuando finalice la excursión europea de los dos embajadores deportivos de las bochas argentinas. Sí, ellos están transitando la parte final de la estadía en tierra italiana, adonde fueron para abrir el camino bochófilo. Y hay conformismo, tanto en Génova, como en Mondoví, las ciudades que recibieron a los cordobeses Guillermo Montemerlo y Nicolás Pretto.
Por tres meses dejaron nuestras bochas para tomar las de bronce, pasaron del juego sudamericano al zerbín, o volo como le llaman en el Viejo Mundo. Y como somos contemporáneos de la noticia, quizás no tomemos la dimensión que represente que desde Italia hayan posado su mirada en dos jugadores argentinos para que se sumen a su liga. El paso del tiempo nos ubicará en lo que fue este mojón – uno más – en la línea histórica bochófila argentina.
Y no quiero olvidarme del mentor de todo esto, del que insistió, peleó, discutió, se cansó y lo volvió a explicar una y mil veces hasta que el mundo bochófilo entendió que Alberto Limardo tenía razón, debíamos integrarnos al mundo, ser parte del mundo, sea del tamaño que sea la bocha que se juegue o las reglas que se usen. Esto, logrado por los jugadores en base a su talento, entrenamiento y continuidad en un proyecto; estuvo apuntalado desde aquel primer momento en el que se buscó ir a los mundiales con mucho esfuerzo, porque nunca fue fácil despedir a una delegación en Ezeiza. En el deporte se habla siempre de ese triángulo que se forma con los vértices ocupados por deportistas en uno, dirigentes en otro y entrenadores en el restante. Y los actores de ese triángulo vienen traccionando juntos desde hace más de una década en forma ininterrumpida. Llegaron las buenas actuaciones primero, luego las medallas, nuestra ubicación en el mapa internacional y ahora esto, la exportación de talentos.
Guillermo regresa el lunes, Nicolás tiene aún unos días más en la bella Italia; a la vuelta, dejarán las puertas abiertas. De par en par.