Reviso los mensaje del messenger buscando un número de teléfono. Y en la parte de otros mensajes veo uno nuevo. Lo abro. Tiene unos diez días. Dice textual: «Hola, tengo un millón de gráficos y no los quiero tirar. Te interesan?». Respondo al toque, tratando de descontar el tiempo y esperar que del otro lado me devuelvan un «todavía los tengo». Y así pasó. La espera duró menos de un minuto. El tiempo que tardó Gerardo en decirme que sí, que me los guarda. Que los tiene aún. Y empiezo el operativo El Gráfico. Llamo al tío y le pido el favor más grande que le pedí. Que los vaya a buscar y me los guarde. No entiende, o le cuesta entender el valor que le doy. Es que para mí, para los que además del periodismo nos hemos criado leyendo esas plumas talentosas, El Gráfico es único.
Ahora empieza la espera. El tiempo que tardaré en volver a mi Ceres natal para encontrarme con este tesoro y sumergirme en el papel amarillento. Todo esto me recuerda que El Gráfico cerró, que la edición papel no sale más. Que pena, que tristeza. Y que alegría a la vez por este regalo. Sensaciones encontradas en la mañana de un sábado gris.