Han pasado más de dos décadas (ahora, en este 2020, ya van más de tres…) y el partido aún no se jugó. Es la final más demorada y quizás menos esperada de la historia de las bochas, salvo para los que teníamos algún tipo de interés en la misma. Les cuento. Corría la década del ’80 y el clásico domingo en La Flor del Norte, el club de campo que tenia los colores xeneises, había migrado a un torneo individual en vez del clásico de tríos a la bolsa con la correspondiente separación de punteros, medios y bochadores. El premio ya estaba estipulado de antemano: era un hermoso cuadro con la cara de un caballo. Y a mí me encantó ni bien lo ví. Es más, lo imaginé adornando mi húmeda habitación de calle La Madrid.
Por esas cosas del juego, de los días y de vaya a saber que, llegaron a la final dos que no estaban en los planes de nadie: mi padre y don Julio Sturman. Pero como caía la noche y no se sabía si el motor Honda comprado para generar la luz artificial iba a funcionar, de común acuerdo quedaron en disputar el match definitorio al domingo siguiente. No se que pasó en la posterior jornada dominical que hizo que el juego se postergara una vez más. Incluso me rehúso a preguntarle a mi padre lo sucedido y apuesto a mi memoria para contarles esta historia. Lo cierto, lo concreto, es que los domingos fueron pasando, los años avanzando y el cuadro esperando allí, impertérrito, para tener a su dueño. El club luego se fusiono y del cuadro nunca nadie supo más nada. Es más, debo ser el único que lo recuerda en este momento.
No se si don Julio aún vive. Quizás pienso que si en algún momento se hubiesen encontrado para dirimir el pleito hubiese sido un 11 a 11 cantado (los partidos son a 12, como siempre gritaba Telmo tras el sorteo religioso de cada cita dominical). Y los imagino a ambos mirándose y diciendo: “si lo dejamos así y lo definimos otro día”. O quizás la solución a este torneo sería que la juguemos los hijos, quien esto escribe y Julito, el hijo de don Julio. Pero imagino que por honor a la memoria de nuestros progenitores ninguno querría ser derrotado o vencedor. Es más, seguramente pactaríamos una postergación…