12, el número que llegó para quedarse.

Algún memorioso debe recordar exactamente cuando y donde apareció. Si me apuran, diría que fue un tiempito antes de la pandemia, pero no mucho más atrás. Lo que si recuerdo, es que la «baranda», esa que te lleva a lo más alto o te defenestra, salió rápidamente a mostrar su costado negativo, como suele suceder ante cada cambio. «¡Cómo van a jugar a 12!», «Si te sacan 4, 5 tantos se termina el partido» y así, en ese tenor fueron las voces que se fueron escuchando, bah, leyendo mejor dicho porque hoy los ámbitos de discusión transcurren, fundamentalmente, en las redes sociales.

Quizás por practicidad, quizás por cuestiones de darle finalización a los torneos, pero lo cierto es que los partidos a 12 tantos fueron imponíendose lenta, pero sostenidamente, en los diferentes campeonatos. En los interclubes, en primer término y ya, ahora, en los provinciales y argentinos.

Haciendo un poco de historia, hasta finales de los ’80 se jugaba a 18, sí, ¡a 18!. Eran partidos eternos, si tenías suerte y veías o jugabas un match de buen nivel, te ibas lleno de bochas a tu casa. Caso contrario, era un bodrio interminable. Luego se bajó a 15, y esa quita de puntos hizo ganar tiempo para que los partidos – en general – lleguen a redondear 90 a 120 minutos de juego, dependiendo la especialidad; como en el cine, las películas duran entre una hora y media y dos horas. Y eso tiene que ver con la vida social de estos tiempos, con la disponibilidad horaria, con la atención que le puedo dispensar a algo que estoy haciendo o viendo.

El primer acercamiento de partidos a 12 tantos lo advertí en Italia, a comienzos de los ’90. Los abiertos domingueros – a simple eliminación – podían tener entre 600 a 1000 inscriptos y se finalizaban en la jornada. Y eso se siguió sosteniendo en el tiempo.

Hoy, en nuestras bochas, el 12 llegó para quedarse.